"Poesía Cirquera" es un proyecto literario. Un proyecto de divulgación pasional. Un proyecto que difunde a través de las distintas formas de la literatura, la pasión por los procesos creativos en general y por el circo y los espectáculos callejeros en particular. El proyecto se divide en dos grandes áreas:

La primera está conformada por textos escritos por Bruno M. Gagliardini (Brunitus), el director y generador del proyecto, artista de circo y artista callejero que dedica su vida a estas artes. La segunda es una recopilación de textos de los más variados autores y géneros, resultado de la búsqueda e investigación propia y la colaboración y sugerencia de amigos y colegas.

Así conviven cuentos, relatos, poemas y ensayos inspirados en el circo y sus personajes, la calle y su público. La risa, la idea, el riesgo, el sudor, los aplausos, el silencio. El circo, redondo como la luna, también tiene su cara oculta.

"Poesía Cirquera" es una grieta en la lona por donde espiar este fantástico mundo.
Pasen y vean. Pasen y lean...

La muchacha del circo (Tango 1928)



Yo soy la muchacha del circo,
por una moneda yo doy
un poco de humilde belleza,
un poco de tibia emoción.
Yo soy la muchacha del circo,
por esos caminos yo voy
ceñida en mi malla de seda
repartiendo a todos
flores de ilusión.

Colgada del frágil trapecio,
su cuerpo elegante parece al saltar
una paloma blanca que al cielo
con ansias locas quisiera llegar.
Mientras la gente
Emocionada
contempla inquieta su salto mortal,
bajo la lona
del viejo circo
un frío de muerte se siente cruzar.

Ahí va la muchacha del circo,
no encuentra consuelo ni amor,
regala a los otros la dicha
y sufre miseria y dolor.
Por fin una noche la mano,
cansada, el trapecio aflojó
y... ¡pobre muchacha del circo!
buscando un aplauso,
la muerte encontró.

Letra:
Manuel Romero
Música: Gerardo Matos Rodríguez

Reís Llorando (Juan de Dios Peza)



Viendo a Garrick, actor de la Inglaterra,
el pueblo al aplaudirlo le decía:
Eres el más gracioso de la tierra y el más feliz.
Y el cómico reía.

Víctimas del spleen los altos lores,
en sus noches más negras y pesadas,
iban a ver al rey de los actores
y cambiaban su spleen en carcajadas.

Una vez ante un médico famoso,
llegose un hombre de mirar sombrío:
-Sufro -le dijo- un mal tan espantoso
como esta palidez del rostro mío.

Nada me causa encanto ni atractivo;
no me importan mi nombre ni mi suerte;
en un eterno spleen muriendo vivo,
y es mi única pasión la de la muerte.

-Viajad y os distaeréis. -Tanto he viajado
-Las lecturas buscad -Tanto he leido-
Que os ame una mujer - ¡Si soy amado!
-Un título adquirid -Noble he nacido.

¿Pobre seréis quizá? -Tengo riquezas
- ¿De lisonjas gustáis ? - ¡Tantas escucho!
-¿Que tenéis de familia?...-Mis tristezas
-¿Vais a los cementerios?... -Mucho, mucho.

¿De vuestra vida actual tenéis testigos?
- Sí, mas no dejo que me impongan yugos;
yo les llamo a los muertos mis amigos;
y les llamo a los vivos mis verdugos.

-Me deja- agrega el médico -perplejo
vuestro mal, y no debo acobardaros;
Tomad hoy por receta este consejo:
sólo viendo a Garrick podéis curaros.

-¿A Garrick ? -Sí, a Garrick...La más remisa
y austera sociedad lo busca ansiosa;
todo aquel que lo ve muere de risa;
¡tiene una gracia artística asombrosa !

-Y a mí me hará reír?-Ah, sí, os lo juro !;
él, sí, nada más él...Mas qué os inquieta?...
-Así -dijo el enfermo -no me curo:
¡Yo soy Garrick ! Cambiádme la receta.

¡Cúantos hay que, cansados de la vida,
enfermos de pesar, muertos de tedio,
hacen reír como el autor suicida
sin encontrar para su mal remedio!

¡Ay ! ¡ Cuántas veces al reír se llora!..
¡Nadie en lo alegre de la risa fíe,
porque en los seres que el dolor devora
el alma llora cuando el rostro ríe!

Si se muere la fe, si huye la calma,
si sólo abrojos nuestras plantas pisa
lanza a la faz la tempestad del alma
un relámpago triste: la sonrisa.

El carnaval del mundo engaña tanto;
que las vidas son breves mascaradas;
aquí aprendemos a reír con llanto
y también a llorar con carcajadas.

             (Juan de Dios Peza)


La Dignidad del Arte (Eduardo Galeano)

Yo escribo para quienes no puedan leerme. Los de abajo, los que esperan desde hace siglos en la cola de la historia, no saben leer o no tienen con qué.
Cuando me viene el desánimo, me hace bien recordar una lección de dignidad del arte que recibí hace años, en un teatro de Asís, en Italia. Habíamos ido con Helena a ver un espectáculo de pantomima, y no había nadie. Cuando se apagó la luz, se nos sumaron el acomodador y la boletera. Y, sin embargo, los actores, más numerosos que el público, trabajaron aquella noche como si estuvieran viviendo la gloria de un estreno a sala repleta. Hicieron su tarea entregándose enteros, con todo, con alma y vida; y fue una maravilla.
Nuestros aplausos retumbaron en la soledad de la sala.
Nosotros aplaudimos hasta despellejarnos las manos.

                   (Eduardo Galeano)

Aire, luz, tiempo y espacio (Charles Bukowski)

"Sabes, yo tenía una familia, un trabajo,
algo 
siempre estaba en el medio 
pero ahora vendí mi casa,
encontré este 
lugar, un estudio amplio, 
deberías ver el espacio y la luz. 
Por primera vez en mi vida voy a tener el lugar 
y el tiempo para crear" 

No, nene, si vas a crear 
vas a crear trabajando 
16 horas por día en una mina de carbón 
vas a crear en una piecita con tres chicos 
mientras estás desocupado, 
vas a crear aunque te falte parte de tu mente y
de 
tu cuerpo, vas a crear ciego, mutilado, loco, 
vas a crear con un gato trepando por tu espalda
mientras 
la ciudad entera tiembla en terremotos, 
bombardeos, inundaciones y fuego. 

Nene, aire, luz, tiempo y espacio 
no tienen nada que ver con esto 
y no crean nada 
excepto quizás una vida más larga para encontrar 
nuevas excusas. 

                        (Charles Bukowski)

Eche veinte centavos en la ranura (Raúl Gonzales Gómez Tuñón)

I
A pesar de la sala sucia y oscura
de gentes y de lámparas luminosa,
si quiere ver la vida color de rosa
eche veinte centavos en la ranura.
Y no ponga los ojos en esa hermosa
que frunce de promesas la boca impura.
Eche veinte centavos en la ranura
si quiere ver la vida color de rosa.
El dolor mata, amigo, la vida es dura
y ya que usted no tiene ni hogar ni esposa
si quiere ver la vida color de rosa
eche veinte centavos en la ranura.

II
Lamparillas de la kermesse.
Títeres y titiriteros.
Volver a ser niño otra vez
y a andar entre los marineros
de Liverpool o de Suez.

III
Teatrillos de utilería.
Detrás de esos turbios cristales
hay una sala sombría.
Paraísos artificiales.

IV
Cien lucecitas. Maravilla
de reflejos funambulescos.
¡Aquí hay mujer y manzanilla!
Aquí hay olvido, aquí hay refrescos.
Pero sobre todo mujeres
para los hombres de los puertos,
que prenden como alfileres
sus ojos, en los ojos muertos.

No debe tener esqueleto
el enano del Sarrasani,
que bien parece un amuleto
de la joyería Escasany.
¡Salta la cuerda, sáltala
ojos de rata, cara de clown!
Y el trala-trala-trálala
ritma en tu viejo corazón.

Estampas, luces, musiquillas,
misterios de los reservados
donde entrarán a hurtadillas
los marinos alucinados.
Y fiesta, fiesta casi idiota
y tragicómica y grotesca.
¡Pero otra esperanza remota
de vida miliunanochesca!...

V
¡Qué lindo es ir a ver
la mujer
la mujer más gorda del mundo!
Entrar con un miedo profundo
pensando en la gigante de Baudelaire...
Nos , no hay duda
si desnuda, nunca desnuda
si barbuda, nunca barbuda
será la mujer.
Pero ese momento de miedo profundo...
¡qué lindo es ir a ver
la mujer,
la mujer más gorda del mundo!

VI
Y no se inmute amigo, la vida es dura,
con la filosofía poco se goza.
¡Si quiere ver la vida color de rosa
eche veinte centavos en la ranura!

(Raúl Gonzales Gómez Tuñón)

El Caso Gaspar (Elsa Bornemann)

Aburrido de recorrer la ciudad con su valija a cuestas para vender -por lo menos- doce manteles diarios, harto de gastar suelas, cansado de usar los pies, Gaspar decidió caminar sobre las manos. Desde ese momento, todos los feriados del mes se los pasó encerrado en el altillo de su casa, practicando posturas frente al espejo. Al principio, le costó bastante esfuerzo mantenerse en equilibrio con las piernas para arriba, pero al cabo de reiteradas pruebas el buen muchacho logró marchar del revés con asombrosa habilidad. Una vez conseguido esto, dedicó todo su empeño para desplazarse sosteniendo la valija con cualquiera de sus pies descalzos. Pronto pudo hacerlo y su destreza lo alentó: -¡desde hoy, basta de zapatos! ¡Saldré a vender mis manteles caminando sobre las manos!- exclamó Gaspar una mañana, mientras desayunaba. Y -dicho y hecho- se dispuso a iniciar esa jornada de trabajo andando sobre las manos. 
Su vecina barría la vereda cuando lo vio salir. Gaspar la saludó al pasar, quitándose caballerosamente la galera: - Buenos días, doña Ramona. ¿Qué tal los canarios? 
Pero como la señora permaneció boquiabierta, el muchacho volvió a colocarse la galera y dobló la esquina. Para no fatigarse, colgaba un rato de su pie izquierdo y otro del derecho la valija con los manteles, mientras hacía complicadas contorsiones a fin de alcanzar los timbres de las casas sin ponerse de pie. 
Lamentablemente, a pesar de su entusiasmo, esa mañana no vendió ni siquiera un mantel. ¡Ninguna persona confiaba en ese vendedor domiciliario que se presentaba caminando sobre las manos! 
- Me rechazan porque soy el primero que se atreve a cambiar la costumbre de marchar sobre las piernas... Si supieran qué distinto se ve el mundo de esta manera, me imitarían... Paciencia... Ya impondré la moda de caminar sobre las manos... -pensó Gaspar, y se aprestó a cruzar una amplia avenida. 
Nunca lo hubiera hecho: ya era el mediodía... los autos circulaban casi pegados unos contra otros. Cientos de personas transitaban apuradas de aquí para allá. 
- ¡Cuidado! ¡Un loco suelto! -gritaron a coro al ver a Gaspar. El muchacho las escuchó divertido y siguió atravesando la avenida sobre sus manos, lo más campante. - ¿Loco yo? Bah, opiniones... 
Pero la gente se aglomeró de inmediato a su alrededor y los vehículos lo aturdieron con sus bocinazos, tratando de deshacer el atascamiento que había provocado con su singular manera de caminar. En un instante, tres vigilantes lo rodearon: 
- Está detenido -aseguró uno de ellos, tomándolo de las rodillas, mientras los otros dos se comunicaban por radioteléfono con el Departamento Central de Policía. ¡Pobre Gaspar! Un camión celular lo condujo a la comisaría más próxima, y allí fue interrogado por innumerables policías: 
- ¿Por qué camina con las manos? ¡Es muy sospechoso! ¿Qué oculta en esos guantes? ¡Confíese! ¡Hable! 
Ese día, los ladrones de la ciudad asaltaron los bancos con absoluta tranquilidad: toda la policía estaba ocupadísima con el "Caso Gaspar -sujeto sospechoso que marcha sobre las manos". 
A pesar de que no sabía qué hacer para salir de esa difícil situación, el muchacho mantenía la calma y -¡sorprendente!- continuaba haciendo equilibrio sobre sus manos ante la furiosa mirada de tantos vigilantes. Finalmente se le ocurrió preguntar: 
- ¿Está prohibido caminar sobre las manos?. El jefe de policía tragó saliva y le repitió la pregunta al comisario número 1, el comisario número 1 se la transmitió al número 2, el número dos al número 3, el número 3 al número 4... En un momento, todo el Departamento Central de Policía se preguntaba: ¿ESTA PROHIBIDO CAMINAR SOBRE LAS MANOS? Y por más que buscaron en pilas de libros durante varias horas, esa prohibición no apareció. No, señor. ¡No existía ninguna ley que prohibiera marchar sobre las manos ni tampoco otra que obligara a usar exclusivamente los pies!
Así fue como Gaspar recobró la libertad de hacer lo que se le antojara, siempre que no molestara a los demás con su conducta. Radiante, volvió a salir a la calle andando sobre las manos. Y por la calle debe encontrarse en este momento, con sus guantes, su galera y su valija, ofreciendo manteles a domicilio... ¡Y caminando sobre las manos!


                                                   (Elsa Bornemann)

El espejismo de la perfección (Carlos Gardini)

Las esferas de cristal giran armónicamente contra el cielo limpio. Los dedos del malabarista las rozan apenas, con una precisión y una gracia envidiables: casi invisibles en su agilidad, son un soplo, una brisa, una fuerza impalpable que gobierna el movimiento. Esa visión privilegiada sólo puede tenerse desde un ángulo: el mío. Es una grata ilusión de perfección, pero la ilusión se rompe en cuanto una visión más amplia abarca todo lo que rodea la ilusión, lo que la vuelve posible. Es como los espejismos: si no hubiera distorsiones ópticas, si no hubiera predisposición para la alucinación, si no hubiera desierto, el espejismo no existiría. Aquí el desierto es el parque de diversiones. Bajo el cielo limpio, está la gente comiendo sandwiches o helados, y los toldos chillones, los juegos ruidosos, los artistas mediocres. Bajo las esferas de cristal, bajo las manos estilizadas del malabarista, está el malabarista: yo, que gozo del espejismo de la perfección sufriendo por mis imperfecciones.

Mis manos son envidiables, pero el resto de mi ser está irremediablemente corrupto. La perversa sabiduría de la administración del parque de diversiones quiso que el malabarista no manejara aros de metal, ni bolos de madera, ni pelotas de acrílico, sino esferas de cristal que no son esferas de cristal, sino mundos. Lo que parece cristal es el agua de los océanos de esos mundos brillando en el cielo limpio. Gracias al movimiento que les imprimen mis manos, esos mundos crecen, evolucionan y engendran sus propias formas de vida. Cuando mis manos dejan de manejarlos, cuando cesa el movimiento, la quietud tiene el mismo efecto que tendría en nuestro mundo la detención de la tierra. Vientos de fuego los arrasan, y aludes de agua, convulsiones que preludian muerte y desolación.

Un malabarista es sólo un adorno en un parque de diversiones. La gente viene a comer y jugar, no a ver malabaristas, y apenas presta atención a las excelencias de su arte. La gente pasa frente a mí y rara vez se detiene a admirar mi destreza. En general sigue de largo sin siquiera enterarse de que existo. Todos prefieren al Muerto Que Habla, que les hace reír. Aunque para dominar mi arte se requieren años de práctica y concentración, porque nada exige más energía que la disciplina del equilibrio, el profano que busque diversión quedará defraudado por el espectáculo. Observar una sucesión de movimientos perfectos es tan divertido como observar el ayuno de un anacoreta. No hay diversión, sino predominio del espíritu sobre la materia. La gente se inclina por la tosquedad de la materia: estar muerto es lo más fácil del mundo, y la gente prefiere a un muerto.

Por eso mismo, la administración decidió que manipulara estas esferas de cristal que no son esferas de cristal. Hay una exquisita ironía en el hecho de que el público desfile con indiferencia ante una exhibición de mundos condenados al desastre.

Cuando empiezo mi actuación, las esferas son cuerpos inertes, fríos. A medida que se estabilizan en el aire por virtud del movimiento, siento cómo crece en ellas la tibieza de la vida. Miríadas de seres que jamás conoceré crecen, se reproducen y mueren en cada una de ellas. Cada una de ellas adquiere características propias e irrepetibles a medida que giran alrededor de mis manos como un pequeño sistema solar. En algunas asoma a veces la inteligencia, y el pensamiento se propaga como una telaraña de luz. A veces, a través de mis manos, una esfera inteligente logra comunicarse con otra. Primero intercambian mensajes abstractos relacionados casi siempre con la armonía del movimiento (del movimiento que les imprimen mis manos), luego se comunican sus penas y alegrías, sus reflexiones sobre los ruidos que les llegan desde el espacio exterior (es decir, el bullicio del parque de diversiones, que para los habitantes de las esferas debe parecer una oleada de ondas imprecisas) y sobre la Gran Fuerza que los impulsa (las manos del malabarista, para ellos tan gigantescas que resultan invisibles, como el malabarista mismo). Algunos me intuyen y me hablan, o me rezan. Otros dicen que soy una superstición, una quimera. Qué más da. Unos y otros serán destruidos por igual.

Al final de cada día, las esferas de cristal deben guardarse en sus cajas, y cuando las detengo empieza en ellas la gran noche de la muerte. En esos pequeños mundos, millones de años han transcurrido en pocas horas, se han sucedido eras geológicas y etapas biológicas, y a veces períodos históricos. En algunos casos surgen civilizaciones que superan sin esfuerzo los logros de los que tanto nos envanecemos en nuestras enciclopedias por fascículos. Si tan sólo el movimiento de las esferas se prolongara un día más, no me extrañaría que hallaran el modo de mantenerlo por sus propios medios. Pero las reglas de la administración son estrictas: las esferas deben guardarse en las cajas.  El parque de diversiones no está para cumplir con mis deseos, ni con los del público, y mucho menos con los deseos de los pequeños habitantes de las esferas de cristal, sino para cumplir con los deseos de seres (o no seres) cuya magnitud y propósito desconozco.

Parte de la ironía, estoy seguro, consiste en la ambigüedad de mis propios sentimientos. He perfeccionado un arte, y no puedo renunciar a él. Me esmero para que las esferas no se caigan jamás, para que el gran ciclo se renueve diariamente en cada uno de mis pequeños mundos, y siento remordimientos cada vez que intuyo rezos, aunque también me molesta que los habitantes de las esferas crean que yo puedo regir cientos de destinos individuales. A veces, cediendo a un impulso, cometí el error de apurar más de lo conveniente el movimiento de las esferas, con la vana esperanza de que la evolución de la vida se acelerara en ellas y pudieran liberarse de mi siniestra tutela. El resultado ha sido que la velocidad redujo a cenizas la superficie de esos mundos, o que los dejé caer por mera torpeza. Imprimirles movimientos más lentos para provocar el efecto contrario quitaría belleza al espectáculo. Por lo tanto, para no empeorar las cosas, he cultivado la indiferencia, y la indiferencia ha derivado en desdén, y el desdén en cinismo, y el cinismo en arrepentimiento, y el arrepentimiento en dolor, y el dolor en horror, y el horror en indiferencia.

En ese ciclo incesante asoma a veces el sol de la piedad, pero la piedad no puede figurar entre mis atributos. No debo dejarme cautivar por perfecciones transitorias. Cultivo la perfección, pero no dejo que me seduzca.

Cuando un mundo se derrumba, cuando la muerte calcina piel y tritura huesos, cuando los mares aplastan ciudades, cuando la falta de aire asfixia bosques, cuando la inercia arranca montañas de cuajo, cuando el gran ruido de afuera se apaga para siempre y empieza la larga noche de la muerte, el malabarista se alegra en su corazón. Con la noche de la muerte se apagan los rezos y nace un nuevo silencio, un nuevo paréntesis en la incesante y renovada llaga del sufrimiento diario que le inflige ser la causa involuntaria de las vidas que debe segar.


                                                (Carlos Gardini)

Tornillo

Empecé por cambiar mi forma de vestir, imposible hacer mérito con la simpleza.  Por suerte, la extravagancia me sentaba muy bien. Practiqué una nueva forma de caminar y detenerme. Adiós al fantasma que arrastra los pies, bienvenido el bailarín de las veredas. Mi voz, mi manera de hablar. Tantos años susurrando, había llegado el momento de ser escuchado.

El segundo paso fue frecuentar lugares acordes a mi búsqueda. Mientras revolvía lentamente el café ostentaba la tapa de los libros que estaba leyendo, libros que había elegido en forma minuciosa. Fumaba pipa, usaba boina, me sentaba cruzando las piernas. Era sólo cuestión de tiempo.

Fui sumando detalles, evolucionando. Silbaba melodías que solo ellos reconocerían, consumía drogas, me involucré en política. Exageré un poco más mi andar y mi ropa. Decidí gritar y pasear cargando varios libros. Eso funcionaría.

Al poco tiempo leía y cantaba a la vez. Fumaba dos pipas, usaba dos boinas, militaba en dos partidos políticos. Duplicar mis esfuerzos achicaría el tiempo de espera a la mitad. Matemática pura.

Finalmente había llegado el momento de mi reconocimiento.

Me paré en la puerta de su taller. Mi pié derecho, el del zapato amarillo, sostenía todo mi peso. Mi pié izquierdo, el del zapato verde, se apoyaba contra la pared. Mis dos pipas dibujaban nubes que me daban sombra, mientras iba cargando la tercera para que el encuentro no me agarre desprevenido. Las cuatro viseras de mis cuatros boinas cubrían todos los frentes de batalla. Arrastraba un pequeño carro de madera lleno de libros. Silbaba, cantaba y gritaba. Había entrenado la manera de hacer las tres cosas en simultáneo y me salía a la perfección.

Para asegurarme de llamar su atención arrojé una piedra rompiendo el vidrio de su ventana. Entonces salió.

Apenas lo vi me di cuenta del error que había cometido. Él usaba moño. ¿Por qué no me había puesto un moño en lugar de mis cinco corbatas?. Me miró. Que mirada. Había practicado esa mirada horas frente al espejo. Pero la de él era profesional. No dijo nada. Yo gritaba, silbaba y cantaba. Y él, nada. No tenía boinas, su traje era de un simple gris y su sonrisa genuina. Esa era la principal diferencia. Yo de genuino no tenía nada. Hice silencio. Tiré mis cuatro boinas al suelo, me arranqué las cinco corbatas, arrojé al río mi zapato verde y con el amarillo rompí otro vidrio de su ventana. Escupí mis pipas, las tres. Me desnudé por completo. ¿Qué mejor manera de demostrar mi falta de prejuicios e inhibiciones?. Me puse a saltar sobre los libros desparramando sus hojas por la vereda. Era pura rebeldía.

Lentamente realizó medio giro y volvió a su taller. Dejó la puerta abierta.

Me detuve. Estaba solo, desnudo en la calle.
Hice paso a paso lo que tenía que hacer. Mis esfuerzos habían llegado a buen puerto. Ya veía una mesa gigante con todos ellos aplaudiéndome y yo recibiendo mi merecido trofeo. Lo había logrado.

Volvió. Me cubrió con una frazada.
Pausada y cariñosamente me dijo:


“Es inútil pedirlo, ni hacer méritos. No es loco quien quiere, sino quien puede”


                                                                            (Brunitus)

                                                       
En el año 1948 Benito Quinquela Martín creó "La Orden del Tornillo". Con picardía, le dio coherencia a la locura. Para la gente común, preocupada por las cosas materiales, estos hombres y mujeres viven en estado de locura. Ellos saben de esta opinión y la aceptan con humor. Son "los locos" que se evaden de los cuerdos, de los egoístas, de los calculadores.
La incorporación de nuevos miembros se convirtió en una fiesta, Quinquela se colocaba su uniforme y hacía entrega de un simbólico tornillo. Todos los distinguidos recibían la advertencia: "Este tornillo no los volverá cuerdos, muy por el contrario, los preservará contra la pérdida de esa locura luminosa de la que se sienten orgullosos."

A continuación, y alrededor de una gran mesa con mantel de papel blanco, brindaban con vino y comían fideos de colores…


Lanza los Dados (Charles Bukowski)

Si vas a intentarlo, ve hasta el final.
De otro modo, no empieces siquiera.

Si vas a intentarlo, ve hasta el final.
Tal vez suponga perder novias, esposas,
parientes, empleos y quizá la cabeza.

Ve hasta el final.
Tal vez suponga no comer durante 3 o 4 días.

Tal vez suponga helarte
en el banco de un parque.

Tal vez supongo la cárcel,
tal vez suponga mofas, desdén,
aislamiento.

El aislamiento es la ventaja,
todo lo demás es un modo
de poner a prueba tu resistencia,
tus auténticas ganas de hacerlo.

Y lo harás a pesar del rechazo
y las ínfimas probabilidades
y será mejor que cualquier otra cosa
que puedas imaginar.

Si vas a intentarlo, ve hasta el final.
No hay sensación parecida.

Estarás a solas con los dioses
y las noches arderán en llamas.

Hazlo, hazlo, hazlo.

Hazlo.

Hasta el final.
Hasta el final.

Llevarás las riendas de la vida
hasta la risa perfecta,

es la única lucha digna que hay.

(Charles Bukowski)

El Payaso que Lee Libros de Autoayuda

Los camarines del circo son un semillero de imágenes fuera de foco. Presenciar la metamorfosis del que viene de la calle y luego entra a la pista, es una experiencia disparatada. No hablo del maquillaje, los brillos y el vestuario. Hablo de la energía, la presencia.

En la pista, el artista está iluminado por las luces del circo y el público se encuentra en penumbras. El artista debe ser un reflector, compartir y potenciar las luces que le apuntan. Las lentejuelas ayudan, pero no es suficiente.
El anhelo es encandilar con el arte.

En los camarines, las luz es tenue y rebota en los espejos, yendo y viniendo hasta desvanecerse. No hay artistas, sólo sombras y reflejos de simples personas.

El telón de fondo es la línea que separa la persona del artista.
El limbo escénico.

Existen grandes contradicciones entre estos dos mundos. La más popular, el payaso que en la vida es triste y en escena hacer reír. Pero hay más: el malabarista sin reflejos, la trapecista con miedo a las alturas, el forzudo sin fuerza, el equilibrista que se tropieza seguido.

De todas esas contradicciones, hace unos días he sido espectador de una que bordea los límites de transformarse en paradoja:

"El payaso que lee libros de autoayuda"

El payaso no actúa, es. Se ríe de sí mismo, de sus errores, juega. Las debilidades personales pasan a ser recursos escénicos. El payaso no se defiende, se entrega. La búsqueda del propio payaso es un camino reflexivo. El payaso disfruta. No tiene nada que perder. Es libre.

Una persona que lee libros de autoayuda no es libre. Siente que pierde todo el tiempo. No disfruta. Busca en reflexiones ajenas.  Está a la defensiva, le cuesta entregarse. Sus debilidades le encadenan. Sufre sus errores, le cuesta reírse de sí mismo. Una persona que lee libros de autoayuda no es, actúa.

¿Puede alguien ser payaso en la pista y leer libros de autoayuda en el camarín?.
¿Puede la travesía ser tan transformadora?.

Yo pensaba que no, hasta que lo vi con mis propios ojos.
El payaso que lee libros de autoayuda existe, está entre nosotros.

Y el público ríe con él.

                                         (Brunitus)




Manifesto sobre la relación entre la figura del artista y otros aspectos de la vida (Marina Abramovic)


1. La conducta del artista en su vida
Un artista no debe mentirse a sí mismo ni a otros
Un artista no debe robar ideas de otros artistas
Un artista no debe comprometerse con  mercado del arte
Un artista no debe matar a  otros seres humanos
Un artista no debe hacer de sí mismo un  ídolo
Un artista no debe hacer de sí mismo un  ídolo
Un artista no debe hacer de sí mismo un  ídolo

2. La  relación del artista con su vida amorosa
Un artista debe evitar enamorarse de otro artista
Un artista debe evitar enamorarse de otro artista
Un artista debe evitar enamorarse de otro artista

3. La relación del artista con lo erótico
Un artista debe desarrollar un punto de vista erótico del mundo
Un artista debe ser erótico
Un artista debe ser erótico
Un artista debe ser erótico

4. La relación del artista con el dolor
Un artista debe sufrir
Del sufrimiento viene el mejor trabajo
El sufrimiento trae transformación
A través del sufrimiento un artista transciende su espíritu
A través del sufrimiento un artista transciende su espíritu
A través del sufrimiento un artista transciende su espíritu

5. La relación del artista con la depresión
Un artista no debe estar deprimido
La depresión  es una enfermedad y debe curarse
La depresión no es productiva para un artista
La depresión no es productiva para un artista

6. La relación del artista con el suicidio
El suicidio es un crimen contra la vida
Un artista no debe cometer suicidio
Un artista no debe cometer suicidio
Un artista no debe cometer suicidio

7. La relación del artista con la inspiración
Un artista debe buscar en lo profundo de sí mismo para encontrar la inspiración
Cuanto más profundo busque dentro de sí mismo más universal se vuelve
El artista es el universo
El artista es el universo
El artista es el universo

8.  La relación del artista con el autocontrol
Un artista no debe tener autocontrol sobre su vida
Un artista debe tener total autocontrol sobre su trabajo
Un artista no debe tener autocontrol sobre su vida
Un artista debe tener total autocontrol sobre su trabajo

9. La relación del artista con la transparencia
El artista debe dar y recibir  al mismo tiempo
Transparencia significa receptivo
Transparencia significa dar
Transparencia significa recibir
Transparencia significa receptivo
Transparencia significa dar
Transparencia significa recibir

10. La relación del artista con los símbolos
El artista crea sus propios símbolos
Los símbolos son el lenguaje del arte
El lenguaje debe traducirse
Algunas veces es difícil encontrar la clave
Algunas veces es difícil encontrar la clave
Algunas veces es difícil encontrar la clave

11. La relación del artista con el silencio
Un artista debe entender el silencio
Debe crear el espacio para  que el silencio entre en su obra
El silencio es una isla en medio de un turbulento océano
El silencio es una isla en medio de un turbulento océano

12. La relación del artista con la soledad
Un artista debe conseguir tiempo para tener largos periodos de soledad
La soledad es extremadamente importante
Lejos de casa
Lejos del estudio
Lejos de la familia
Lejos de los amigos
El artista debe pasar largos periodos de  tiempo en las cascadas
El artista debe pasar largos periodos de tiempo explotando volcanes
El artista debe pasar largos periodos de tiempo mirando los ríos que corren rápido
El artista debe pasar largos periodos de tiempo mirando el punto del horizonte donde se encuentran el océano y el cielo
El artista debe pasar largos periodos de tiempo mirando  las estrellas y el cielo nocturno

13. La conducta del artista en relación con  su trabajo
Un artista debe evitar ir al estudio cada día
Un artista no debe tratar su horario de trabajo como el empleado de un banco
Un artista debe explorar la vida  y la obra cuando una idea viene de un sueño o durante el día como una visión y llega como una sorpresa
Un artista no debe repetirse a sí mismo
Un artista  no debe sobre producir
Un artista debe evitar su propia contaminación de su arte
Un artista debe evitar su propia contaminación de su arte
Un artista debe evitar su propia contaminación de su arte

14. Las  posesiones del artista
Los monjes budistas aconsejan que es  mejor tener 9 posesiones en la vida
Una muda para el verano
Una  muda para el invierno
Un par de zapatos
Un cuenco para pedir comida
Una mosquitera
Un libro de oraciones
Una sombrilla
Una estera para dormir
Unas gafas si las necesita
Un artista debe decidir las posesiones personales mínimas que debe poseer
Debe tener más y más de menos y menos
Debe tener más y más de menos y menos
Debe tener más y más de menos y menos

15. Lista de amigos del artista
El artista debe tener amigos que eleven su espíritu
El artista debe tener amigos que eleven su espíritu
El artista debe tener amigos que eleven su espíritu

16. Lista de enemigos del artista
Los enemigos son muy importantes
El Dalai-lama dice que es fácil tener compasión con los amigos pero es mas difícil tener compasión con los enemigos
Un artista tiene que aprender a perdonar
Un artista tiene que aprender a perdonar
Un artista tiene que aprender a perdonar

17. Distintos escenarios de muerte
El artista debe ser consciente de su propia mortalidad
Para el artista, no sólo es importante cómo vive sino también cómo muere
El artista debe buscar en su obra los símbolos de los distintos escenarios de muerte
El artista debe morir conscientemente sin miedo

18. Distintos escenarios de funeral
El artista debe dar instrucciones sobre su funeral para que todo se haga como él quiere
El funeral es la última obra de arte antes de irse
El funeral es la última obra de arte antes de irse
El funeral es la última obra de arte antes de irse

            (Marina Abramovic)




Un Artista del Trapecio (Franz Kafka)

Un artista del trapecio -como se sabe, este arte que se practica en lo alto de las cúpulas de los grandes circos es uno de los más difíciles entre todos los asequibles al hombre- había organizado su vida de tal manera -primero por afán profesional de perfección, después por costumbre que se había hecho tiránica- que, mientras trabajaba en la misma empresa, permanecía día y noche en el trapecio. Todas sus necesidades -por otra parte muy pequeñas- eran satisfechas por criados que se relevaban a intervalos y vigilaban debajo. Todo lo que arriba se necesitaba lo subían y bajaban en cestillos construidos para el caso.
De esta manera de vivir no se deducían para el trapecista dificultades con el resto del mundo. Sólo resultaba un poco molesto durante los demás números del programa, porque como no se podía ocultar que se había quedado allá arriba, aunque permanecía quieto, siempre alguna mirada del público se desviaba hacia él. Pero los directores se lo perdonaban, porque era un artista extraordinario, insustituible. Además era sabido que no vivía así por capricho y que sólo de aquella manera podía estar siempre entrenado y conservar la extrema perfección de su arte.

Además, allá arriba se estaba muy bien. Cuando, en los días cálidos del verano, se abrían las ventanas laterales que corrían alrededor de la cúpula y el sol y el aire irrumpían en el ámbito crepuscular del circo, era hasta bello. Su trato humano estaba muy limitado, naturalmente. Alguna vez trepaba por la cuerda de ascensión algún colega de turné, se sentaba a su lado en el trapecio, apoyado uno en la cuerda de la derecha, otro en la de la izquierda, y charlaban largamente. O bien los obreros que reparaban la techumbre cambiaban con él algunas palabras por una de las claraboyas o el electricista que comprobaba las conducciones de luz, en la galería más alta, le gritaba alguna palabra respetuosa, si bien poco comprensible.

A no ser entonces, estaba siempre solitario. Alguna vez un empleado que erraba cansadamente a las horas de la siesta por el circo vacío, elevaba su mirada a la casi atrayente altura, donde el trapecista descansaba o se ejercitaba en su arte sin saber que era observado.

Así hubiera podido vivir tranquilo el artista del trapecio a no ser por los inevitables viajes de lugar en lugar, que lo molestaban en sumo grado. Cierto es que el empresario cuidaba de que este sufrimiento no se prolongara innecesariamente. El trapecista salía para la estación en un automóvil de carreras que corría, a la madrugada, por las calles desiertas, con la velocidad máxima; demasiado lenta, sin embargo, para su nostalgia del trapecio.
En el tren, estaba dispuesto un departamento para él solo, en donde encontraba, arriba, en la redecilla de los equipajes, una sustitución mezquina -pero en algún modo equivalente- de su manera de vivir.
En el sitio de destino ya estaba enarbolado el trapecio mucho antes de su llegada, cuando todavía no se habían cerrado las tablas ni colocado las puertas. Pero para el empresario era el instante más placentero aquel en que el trapecista apoyaba el pie en la cuerda de subida y en un santiamén se encaramaba de nuevo sobre su trapecio. A pesar de todas estas precauciones, los viajes perturbaban gravemente los nervios del trapecista, de modo que, por muy afortunados que fueran económicamente para el empresario, siempre le resultaban penosos.

Una vez que viajaban, el artista en la redecilla como soñando, y el empresario recostado en el rincón de la ventana, leyendo un libro, el hombre del trapecio le apostrofó suavemente. Y le dijo, mordiéndose los labios, que en lo sucesivo necesitaba para su vivir, no un trapecio, como hasta entonces, sino dos, dos trapecios, uno frente a otro.

El empresario accedió en seguida. Pero el trapecista, como si quisiera mostrar que la aceptación del empresario no tenía más importancia que su oposición, añadió que nunca más, en ninguna ocasión, trabajaría únicamente sobre un trapecio. Parecía horrorizarse ante la idea de que pudiera acontecerle alguna vez. El empresario, deteniéndose y observando a su artista, declaró nuevamente su absoluta conformidad. Dos trapecios son mejor que uno solo. Además, los nuevos trapecios serían más variados y vistosos.

Pero el artista se echó a llorar de pronto. El empresario, profundamente conmovido, se levantó de un salto y le preguntó qué le ocurría, y como no recibiera ninguna respuesta, se subió al asiento, lo acarició y abrazó y estrechó su rostro contra el suyo, hasta sentir las lágrimas en su piel. Después de muchas preguntas y palabras cariñosas, el trapecista exclamó, sollozando:
-Sólo con una barra en las manos, ¡cómo podría yo vivir!

Entonces, ya fue muy fácil al empresario consolarlo. Le prometió que en la primera estación, en la primera parada y fonda, telegrafiaría para que instalasen el segundo trapecio, y se reprochó a sí mismo duramente la crueldad de haber dejado al artista trabajar tanto tiempo en un solo trapecio. En fin, le dio las gracias por haberle hecho observar al cabo aquella omisión imperdonable. De esta suerte, pudo el empresario tranquilizar al artista y volverse a su rincón.

En cambio, él no estaba tranquilo; con grave preocupación espiaba, a hurtadillas, por encima del libro, al trapecista. Si semejantes pensamientos habían empezado a atormentarlo, ¿podrían ya cesar por completo? ¿No seguirían aumentando día por día? ¿No amenazarían su existencia? Y el empresario, alarmado, creyó ver en aquel sueño, aparentemente tranquilo, en que habían terminado los lloros, comenzar a dibujarse la primera arruga en la lisa frente infantil del artista del trapecio.


                             (Franz Kafka)



Manifesto

Morir locos habiendo matado por nuestras ideas.
                                               Morir tristes por haberlas visto morir antes que nosotros.

Todos, alguna vez, deseamos matar a alguien.
Un instante imperceptible donde la aguja del reloj no llega a moverse. Un deseo efímero que eriza la piel. Un sentimiento voraz que hay que contener. Puños cerrados y dientes apretados. Un puñal manchado de sangre.

Allí, donde nace ese sentimiento tan poderoso. Allí, nace el arte.

Un pincelazo se siente igual que clavar un cuchillo. Un poema es una bomba que explota. O que no explota. Un paso de baile es la bala que atraviesa la carne y actuar, actuar es envenenar. Hacer reír es matar lentamente. Hacer reír a carcajadas es torturar. 

El verdadero arte son las ganas de matar.
Matar.

Despedazar la mediocridad. Descuartizar la apatía. Estrangular la hipocresía.
Que se desangren los prejuicios, que agonice la represión, que muera lentamente la esclavitud del espíritu.

Matar. Porque si no nos adelantamos, la comodidad atará nuestras ideas sin darnos cuenta, la avaricia les vendará los ojos y el conformismo les dará un suero escéptico y distópico.
Y allí, inmóviles, la indiferencia les cortará las venas y la mentira las ahogará lentamente.

Si no nos adelantamos, nuestras ideas morirán en el tintero y el silencio del no aplauso nos hará envejecer rápidamente hasta morir de tristeza.

De eso se trata.
De elegir.
Morir locos.
Morir tristes.


                                                         (Brunitus)





El Deseo Secreto (Ana María Shua)

En el fondo del corazón de cada niño, de cada madre, de todo espectador, anida el deseo secreto de ver caer al trapecista, de verlo destrozarse los huesos contra el suelo, derramada su sangre oscura sobre la arena, el deseo esencial de ver a los leones disputándose los restos del domador, el deseo de que el caballo arrastre a la ecuyere con el pie enganchado en el estribo, golpeando la cabeza rítmicamente contra el límite de la pista y para ellos hemos inaugurado este circo, el mejor, el absoluto, el circo donde falla la base de las pirámides humanas, el tirador de cuchillos clava los puñales (por error, siempre por error) en los pechos de su partenaire, el oso destroza con su zarpa la cara del gitano y por eso, como las peores expectativas se cumplen y sólo se desea lo que no se tiene, los anhelos de los espectadores viran hacia las buenas intenciones:  asqueados de calamidades y fracasos empiezan a desear que el trapecista tienda los brazos a tiempo, que el domador consiga controlar a los leones, que la ecuyere logre izarse otra vez hacia la montura, y en lugar de rebosar muerte y horrores, el lugar más secreto de su corazón se llena de horrorizada bondad, de ansias de felicidad ajena, y así se van de nuestro espectáculo felices consigo mismos, orgullosos de su calidad humana, sintiéndose mejores, gente decente, personas sensibles y bien intencionadas, público generoso del más perfecto de los circos.


                                 (Ana María Shua)




Esa Boca (Mario Benedetti)

     Su entusiasmo por el circo se venía arrastrando desde tiempo atrás. Dos meses, quizá. Pero cuando siete años son toda la vida y aún se ve el mundo de los mayores como una muchedumbre a través de un vidrio esmerilado, entonces dos meses representan un largo, insondable proceso. Sus hermanos mayores habían ido dos o tres veces e imitaban minuciosamente las graciosas desgracias de los payasos y las contorsiones y equilibrios de los forzudos. También los compañeros de la escuela lo habían visto y se reían con grandes aspavientos al recordar este golpe o aquella pirueta. Sólo que Carlos no sabía que eran exageraciones destinadas a él, a él que no iba al circo porque el padre entendía que era muy impresionable y podía conmoverse demasiado ante el riesgo inútil que corrían los trapecistas. Sin embargo, Carlos sentía algo parecido a un dolor en el pecho siempre que pensaba en los payasos. Cada día se le iba siendo más difícil soportar su curiosidad.
       Entonces preparó la frase y en el momento oportuno se la dijo al padre: “¿No habría forma de que yo pudiese ir alguna vez al circo?” A los siete años, toda frase larga resulta simpática y el padre se vio obligado primero a sonreír, luego a explicarse: “No quiero que veas a los trapecistas.” En cuanto oyó esto, Carlos se sintió verdaderamente a salvo, porque él no tenía interés en los trapecistas. “¿Y si me fuera cuando empieza ese número?” “Bueno”, contestó el padre, “así, sí”.
      La madre compró dos entradas y lo llevó el sábado de noche. Apareció una mujer de malla roja que hacía equilibrio sobre un caballo blanco. Él esperaba a los payasos. Aplaudieron. Después salieron unos monos que andaban en bicicleta, pero él esperaba a los payasos. Otra vez aplaudieron y apareció un malabarista. Carlos miraba con los ojos muy abiertos, pero de pronto se encontró bostezando. Aplaudieron de nuevo y salieron —ahora sí— los payasos.
      Su interés llegó a la máxima tensión. Eran cuatro, dos de ellos enanos. Uno de los grandes hizo una cabriola, de aquellas que imitaba su hermano mayor. Un enano se le metió entre las piernas y el payaso grande le pegó sonoramente en el trasero. Casi todos los espectadores se reían y algunos muchachitos empezaban a festejar el chiste mímico antes aún de que el payaso emprendiera su gesto. Los dos enanos se trenzaron en la milésima versión de una pelea absurda, mientras el menos cómico de los otros dos los alentaba para que se pegasen. Entonces el segundo payaso grande, que era sin lugar a dudas el más cómico, se acercó a la baranda que limitaba la pista, y Carlos lo vio junto a él, tan cerca que pudo distinguir la boca cansada del hombre bajo la risa pintada y fija del payaso. Por un instante el pobre diablo vio aquella carita asombrada y le sonrió, de modo imperceptible, con sus labios verdaderos. Pero los otros tres habían concluido y el payaso más cómico se unió a los demás en los porrazos y saltos finales, y todos aplaudieron, aun la madre de Carlos.
      Y como después venían los trapecistas, de acuerdo a lo convenido la madre lo tomó de un brazo y salieron a la calle. Ahora sí había visto el circo, como sus hermanos y los compañeros del colegio. Sentía el pecho vacío y no le importaba qué iba a decir mañana. Serían las once de la noche, pero la madre sospechaba algo y lo introdujo en la zona de luz de una vidriera. Le pasó despacio, como si no lo creyera, una mano por los ojos, y después le preguntó si estaba llorando. Él no dijo nada. “¿Es por los trapecistas? ¿Tenías ganas de verlos?”
      Ya era demasiado. A él no le interesaban los trapecistas. Sólo para destruir el malentendido, explicó que lloraba porque los payasos no le hacían reír.


                                                               (Mario Benedetti)